miércoles, 8 de junio de 2011

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La Reina Batata

A cantar todos junto..!!!

LA LEYENDA DEL ÑANDÚ. (Mocoví - Formosa - Chaco)

            ¡Ahí va el joven indio Nemec! ¡Ahí va el ñandú!
Nemec va escondido, el ñandú va a ca­rrera abierta. Nemec lo persigue, siempre a distancia, una distancia que no puede acortar.
Hace tanto que Nemec persigue al ñan­dú, que ya no desea alcanzado.
El cazador admira a su presa. Admira su rapidez, la gracia para co­rrer, sus fabulosas plumas. Sus lamentablemente fabulosas plumas... Porque por ellas lo persigue Nemec.
El jefe de la tribu las necesita para reno­var su tocado.
Cuanto más bellas plumas de ñandú tenga en el tocado, más demostrará el jefe su poder. Y con esa misión ha enviado el jefe a Nemec. Conseguir plumas de ñandú para un tocado nuevo.
Ahora están la presa y el cazador vi­viendo el drama. Uno delante del otro, co­rriendo bajo la noche con más estrellas que haya conocido el mundo en toda su historia.
O por lo menos eso piensa Nemec. Pero él no puede distraerse contemplan­do cada estrella, como hace cuando está en la tribu.
En la noches de la tribu, él bautiza las estrellas con nombres inventados.
En el cielo de la tribu, él puede unir una estrella con otra y descubrir qué animal se dibuja con ellas de vértices.
En la hora de sueño de la tribu, él puede bostezar bajo las estrellas y abrir grande la boca como para tragarse alguna, haciendo reír a su hermano más chico.
Pero ahora la tribu está lejos, los que es­tán cercanos son sus recuerdos.
Lejanas y cercanas estrellas. Lejana y cercana tribu. Lejano y cercano ñandú que corre delante de Nemec, bajo el cielo de estrellas.
Nemec piensa que nunca va a alcanzar a ese ñandú, por lo tanto nunca va a regre­sar a su tribu.
Él tiene la fama de cazador y su orgullo. No puede regresar con las manos vacías.
Esa noche estrellada va a durar para siempre, piensa Nemec. Con el ñandú y él corriendo como parte del paisaje.
Nemec siente un gran agotamiento, co­rre más lento y se asombra de que la dis­tancia entre él y su presa no se haga más ancha.
En verdad, la distancia entre ambos se está acortando.
Nemec comprende que llegó el final. El ñandú también está cansado.
El joven indio prepara su arma sin con­vencerse de que en unos instantes, esa ca­rrera que duró un tiempo sin tiempo, con­cluya cruelmente.
Pero el ñandú hace su último gesto de maravilla. Levanta vuelo.
El milagro persiste. Aunque no es su naturaleza surcar las alturas, el ñandú as­ciende, con facilidad, hacia lo más alto, se remonta hasta el firmamento y se mezcla con las estrellas.
Nemec sigue corriendo y alza sus bra­zos como para elevarse también.
Nada sucede. Excepto que en el cielo hay una conste­lación nueva.
Nemec no sabe que cuando regrese a su tribu, su fama resplandecerá. Ni siquiera lo imagina mientras marcha derrotado pe­ro a la vez con alivio.
En la tribu dirán que el único modo en que puede una presa escaparse de seme­jante cazador es desaparecer en el cielo, porque en la Tierra, Nemec no da tregua a nadie.
Y gracias a él, contarán sus nietos y los nietos de sus nietos: ahora existe la Cruz del Sur. La Cruz del Sur es ese ñandú inalcanza­ble que perseguimos todos los que vivimos bajo su luz. Una luz tan lejana como las estrellas y tan cercana como el cielo de nuestra casa.

Graciela Repún, Leyendas argentinas.
Editorial Norma.

ADIVINANZAS

Galàn caballero,
chaleco blanco,
negro sombrero.
         ( El tero)


Dos arquitas de cristal
que se abren y se cierran
sin rechinar.
         ( Los ojos)


Con el pico picoteo,
con la cola tironeo.
         ( La aguja)


¿Què es, què es:
del tamaño de una nuez;
sube la cuesta
y no tiene pies?
         ( El caracol)


Dos enanitos
bien chiquititos,
que al envejecerse
abren los ojitos.
         ( Los zapatos)

COPLEIRO


Tienes unos ojitos
de picaporte;
los cierras y los abres
de un solo golpe.
                     (Argentina)

Los cabellos de mi niña
son crespitos, son crespitos;
a su cara van cayendo
racimitos, racimitos.
                     (Argentina)

Una vizcacha me asusta,
un tero me pega un grito
y una lechuza me dice
tas tarastàs con el pico.
                      (Argentina)

El tero- tero se viste
de caballero,
con levita morada,
sombrero negro.
                     (Argentina)

Cuando voy a traer agua
me gusta quedar un rato
haciendo cantar las ranas
para que bailen los sapos.
                    (Argentina)

Vuela el chimango y el tero,
y tambien el picaflor,
Y si los pavos volaran...
tambièn volarias vos.
                     (Argentina)

Mi padre manda a mi madre,
mi madre me manda a mì,
yo mando a mis hermanitos
y todos mandan aqui.
                     (Uruguay)

Yo he visto un sapo volar,
un zorro con alpagartas,
y en el fondo del mar
un burro asando batatas.
                      (Argentina)

Del buche de la perdiz
saliò una avestruz corriendo;
y si no lo quieren creer,
un ciego lo estaba viendo.
                      (Argentina)

Monigote en la arena

La arena estaba tibia y jugaba a cambiar de colores cuando la soplaba el viento. Laurita apoyó la cara sobre un montoncito y le dijo:
—Por ser tan linda y amarilla te voy a dejar un regalo —y con la punta del dedo dibujó un monigote de seda y se fue.
Monigote quedó solo, muy sorprendido. Oyó como cantaban el agua y el viento. Vio las nubes acomodándose una al lado de la otra para formar cuadros pintados. Vio las mariposas azules que cerraban las alas y se ponían a dormir sobre los caracoles.
—Hola —dijo monigote, y su voz sonó como una castañuela de arena.
El agua lo oyó y se puso a mirarlo encantada.
—Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco —dijo preocupada y dio dos pasos hacia atrás para no mojarlo—. ¡Qué monigote más lindo, tenemos que cuidarte!
—¿Qué? ¿Es que puede pasarme algo malo? —preguntó monigote tirándose de los botones como hacía cuando se ponía nervioso.
—Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco —repitió el agua, y se fue a a avisar a las nubes que había un nuevo amigo pero que se podía borrar.
—Flu flu —cantaron las nubes—, monigote en la arena es cosa que dura poco. Vamos a preguntar a las hojas voladoras cómo podemos cuidarlo.
Monigote seguía tirándose los botones y estaba tan preocupado que ni siquiera probó los caramelitos de flor de durazno que le ofrecieron las hormigas.
—Crucri crucri —cantaron las hojas voladoras—. Monigote en la arena es cosa que dura poco. ¿Qué podemos hacer para que no se borre?
El agua tendió lejos su cama de burbujas para no mojarlo. Las nubes se fueron hasta la esquina para no rozarlo. Las hojas no hicieron ronda. La lluvia no llovió. Las hormigas hicieron otros caminos.
Monigote se sintió solo solo solo.
—No puede ser —decía con su vocecita de castañuela de arena—, todos me quieren pero porque me quieren se van. Así no me gusta.
Hizo "cla cla cla" para llamar a las hojas voladoras.
—No quiero estar solo —les dijo—, no puedo vivir lejos de los demás, con tanto miedo. Soy un monigote de arena. Juguemos, y si me borro, por lo menos me borraré jugando.
—Crucri crucri —dijeron las hojas voladoras sin saber qué hacer.
Pero en eso llegó el viento y armó un remolino.
—¿Un monigote de arena? —silbó con alegría—. Monigote en la arena es cosa que dura poco. Tenemos que hacerlo jugar.
"Cla cla cla", hizo monigote porque el remolino era como una calesita.
Las hojas voladoras se colgaron del viento para dar vueltas.
El agua se acercó tocando su piano de burbujas.
Las nubes bajaron un poquito, enhebradas en rayos de sol.
Monigote jugó y jugó en medio de la ronda dorada, y rió hasta el cielo con su voz de castañuela.
Y mientras se borraba siguió riendo, hasta que toda la arena fue una risa que juega a cambiar de colores cuando la sopla el viento.